3.10.12

AMBIVALENCIA


Cuando era pequeña las navidades tenían una organización fija, el 24 con la familia de mi padre y el 25 con la de mi madre
Nota al margen: Benditos tiempos en los que solo tenía que gestionar dos familias
Supongo que pasa en todas las casas, cada familia tiene sus manías y no tienen nada que ver unos con otros, en mi caso la diferencia era brutal
El 24 transcurría siempre igual, era previsible y tranquilo como una balsa de aceite, incluso los años en los que a la típica cuñada tocanarices le dio por pulsar teclas sensibles, las broncas eran previsibles, bueno, es que en realidad broncas ahí no conocí ninguna, el concepto de enfadarse de mi abuela (la gran matrona reina) era torcer el gesto y, en caso de extrema necesidad, ponerse enferma y decir que ella no se podía encargar de nada, todos los demás levantaban una ceja y ponían la mesa a tiempo para la cena. Fin de la tragedia.
El 25 era como la caja de Pandora,  nunca sabías que podía salir de ahí, ni que gente iba exactamente a concurrir, ni de que humor, ni que comida iba a aparecer en la mesa ni, muy especialmente, cuál iba a ser el humor de la velada
Había años geniales, años con todos los tíos, primos, abuelos y demás parentela de buen rollo, donde el alcohol corría a raudales, los niños teníamos confeti y máscaras, se contaban chistes y mi abuela (la gran matrona reina, vengo de un matriarcado por ambos lados) sacaba toneladas de gambas y de capuchina. Esos años eran magníficos
Otros olías la tragedia desde que llegabas, mis abuelos estaban de morros, los berberechos salían de latas caducadas, había que hacer limpieza general de la cocina y la vajilla antes de empezar a pensar en poner la mesa, algún tío faltaba o, aún peor, no bebía alcohol. Mal síntoma. Esos eran malos, mal rollo general y problemas de fondo que los niños no captábamos pero que impregnaban la atmósfera
Pero por regla general no era ni una cosa ni otra, llegabas y no sabías como se iba a desarrollar el día, habitualmente la cosa empezaba bien hasta la vigesimonovena botella de champán donde podía degenerar en la gran juerga o en la gran tragedia, a lo largo de los años vi enfrentarse, en algún caso de por vida, a mis abuelos entre si, a mis tios entre ellos, a mis tios con sus padres, a los cuñados….. creo que los únicos que no nos atrevíamos a chistar éramos los niños, alucinados por la variabilidad del ambiente afectivo.
Mientras fui niña sufrí en silencio la incertidumbre, en cuanto pude, de adolescente, me monté planes alternativos que me hicieran huir en cuanto se servían los postres, la primera parte de la velada era razonablemente segura, luego prefería largarme antes de averiguar si iba a ser navidades de juerga o de tragedia.
Cuarenta años después, las reuniones con mi familia paterna siguen exactamente el mismo guión, han superado la muerte de los abuelos, los nuevos cuñados/as, divorcios, niños… da lo mismo, la balsa de aceite sigue igual de tranquila, en la familia materna el ambiente de peligro no es que haya desaparecido del todo, pero la caída inevitable de tres cuartas partes de los actores, por muerte natural o discusión de por vida, hace que la tragedia se masque mucho más levemente, todavía algún año se acaba con lloros, todavía me preparo un plan de escape, pero reconozco que es mucho más llevadero.
Lo curioso es que todavía, a día de hoy, no tengo claro si yo soy de mi madre o de mi padre, y no hablo solo de una reunión en navidades, hablo de si prefiero vivir en la montaña rusa de las emociones desatadas o casi mejor me quedo con la estabilidad y la previsibilidad de una vida tranquila.
Vamos, que ha aparecido un pelirrojo tranquilo, estable y muy……. de familia paterna, echo algo de menos la excitación de la incertidumbre pero…… jo, esto tiene sus ventajas, por arrobas.

4 comentarios:

Susana dijo...

Es curioso. A mí me pasa algo parecido con mi familia y la política. Ellos son muy moderados pero nosotros nunca se sabe cómo podemos acabar. La verdad es que creo que prefiero la moderación. Un beso.

Txabi dijo...

¡Qué bajón!. Y sólo es octubre... Yo aspiro a comerme una tortilla de patata, eso sí, regada con buen cava... y a largarme a una isla de clima cálido a tumbarme al sol, sin tener que celebrar nada.

Poliwhirl dijo...

Yo también ya me estoy comiendo la cabeza por las navidades de los cojones. Ante una madre que aún está celebrando que nos hayan quitado la paga "extra" a los funcionarios, y la misma madre que ha declarado que este año navidades en su casa (a 900km), cuando todos los hijos, funcionarios o no, vivimos al límite de la supervivencia económica, el mal rollo está servido ya. Ho ho ho.

Anónimo dijo...

Ya verás ..., el pelirojo va a ser el gran amor, de esos que llegan sin sentirse que no te vuelven el mundo del revés, pero son tan maaaajos, se están taaaan a gusto con él, ya verás ...